jueves, 25 de diciembre de 2008

Reflexiones sobre el pasado, el olvido y la (in)justicia

Ricardo Forster
22-12-2008 / El pasado continúa persiguiendo a la actualidad argentina como para recordarnos que aquello que no se resuelve ni se repara en términos de justicia sigue persistiendo como una mancha indeleble.

Pero también, si leemos el fallo de la cámara de casación abriendo la posibilidad de la libertad para, entre otros, el “Tigre” Acosta y Alfredo Astiz (dos de los máximos símbolos del horror dictatorial), nos remite a un problema no menor: la certidumbre de la falacia que tan recurrentemente suelen esgrimir algunos medios de comunicación juntamente con las máximas voces de la Iglesia y que nos vienen diciendo desde 1983 que sin olvido no hay reconciliación, y que sin reconciliación que logre clausurar de una vez para siempre los litigios del pasado no hay posibilidad alguna de abrir el horizonte del futuro. Algunos jueces han decidido, amparándose en los vericuetos legales, apurar el trámite del olvido buscando, ellos, cerrar los expedientes de la justicia allí donde la propia complicidad del sistema judicial permitió demorar sine die los procesos a los genocidas para generar, precisamente, este tipo de fallos vergonzosos. Lo que tal vez no alcancen a medir es que ciertos actos disparan situaciones inesperadas o le dan mayor consistencia a la presencia de lo que se intenta clausurar.
Años atrás el recientemente fallecido Víctor Massuh, filósofo y diplomático que actuó como funcionario de la dictadura en un lugar emblemático como la Unesco, escribió un sesudo artículo publicado en el suplemento cultural de La Nación en el que intentaba comparar la situación argentina –para él atrapada en el laberinto de una memoria sobredimensionada y atravesada por la lógica del rencor– con los casos de la Sudáfrica de Mandela y, en ese momento, con la política de paz que acercaba a israelíes y palestinos y tenía en Rabin a su máximo exponente. Massuh se manifestaba por el olvido como sustancia reparadora del tejido social y como garante de una genuina refundación capaz de dejar atrás los desencuentros y las violencias; para él eso era lo que había posibilitado la salida sudafricana del régimen del Apartheid sin enfrentamientos y la que estaba posibilitando la solución del conflicto en Medio Oriente. Había que salir rápidamente de la persistencia, entre nosotros, de la guerra civil, argumento que homologaba, desde la perspectiva de Massuh, el reclamo de justicia y de reparación que llevaban adelante los organismos de derechos humanos con lo que él consideraba una esclerosis de la memoria que reproducía las condiciones para la parálisis nacional. No resulta casual descubrir que por lo general los abanderados del olvido son los mismos especialmente interesados en que no se recuerden sus actividades en aquellos tiempos que buscan invisibilizar. El filósofo-diplomático era uno de esos personajes poco dispuestos a revisar sus responsabilidades, sus complicidades y sus omisiones. Algo para nada insólito en nuestro país.
Desde el intento de los últimos días de la dictadura por dictar una ley anticipada de autoinmunización e indulto hasta las permanentes intervenciones de la Iglesia que no dejó ni deja pasar ninguna oportunidad para esgrimir su teoría caritativa de la reconciliación, ciertas expresiones del establishment político, económico, jurídico y religioso han venido operando desde esta lógica buscando arrojar sobre la memoria colectiva un manto de olvido que tiene como corolario necesario la impunidad. Ya lo había iniciado el gobierno de Alfonsín borrando con una mano lo que había escrito con la otra al dictar las leyes de obediencia debida y de punto final que empañaban ese acto histórico que significó el juicio a las juntas y la conformación de la Conadep junto con el informe del Nunca Más; lo siguió Menem con su decreto indultando a los genocidas y buscando por todos los medios volver efectivo el deseo de su gobierno de generar, ahora sí, el borrón y cuenta nueva.
Desde las rebeliones carapintadas (encabezadas por quien hoy es aceptado en las filas del Partido Justicialista sin que haya revisado su actuación ni sus ideas en relación con la represión dictatorial, dato que no debiera pasarse por alto y que señala un núcleo contradictorio difícil de justificar por el mismo gobierno que ha hecho cosas importantísimas a la hora de derogar todas las leyes de impunidad y de acelerar los juicios a los militares) pasando por las declaraciones de una de las principales líderes de la oposición, Lilita Carrió, que ha expresado en más de una oportunidad su desacuerdo con lo que ella denomina un gesto de persecución hacia las Fuerzas Armadas, hasta las voces de algunos núcleos de la derecha argentina entramada con sus voceros oficiosos en algunos medios de comunicación que han visto una oportunidad de golpear en el corazón de la política de derechos humanos, la decisión de la Cámara de Casación a través de dos de sus jueces –Guillermo Yacobucci y Luis García– lleva agua para el molino de la impunidad y, más grave todavía, alimenta la idea de un cierre de los expedientes judiciales de la mano con una clausura jurídica de la memoria.
Sólo la ingenuidad podría desconocer la extraña “coincidencia” que llevó a la Cámara de Casación a dictar su fallo el mismo día en que en el corazón de la ESMA, lugar de infamia y muerte, se inauguraba la plaza que conmemora el día de la declaración universal de los derechos del hombre y que, juntamente con ese acto, se les otorgaba el premio Azucena Villaflor a Osvaldo Bayer y a Sara Rus. Bayer como portador de la memoria histórica, como aquel que volvió visibles a los invisibles; Sara Rus como emblema de una vida atravesada por el dolor más extremo y la convicción de luchar por la justicia (la vida de Sara expresa el núcleo horroroso del siglo veinte, aquello terrible que va de Auschwitz a la ESMA, pero también ofrece el ejemplo de una vida que ama la vida más allá de la violencia homicida, primero de los nazis y después de la dictadura videlista). Un mismo día para dos acontecimientos absolutamente opuestos; un mismo día en el que se volvió a poner en juego la memoria y su relación con el presente; un mismo día atravesado por el fantasma de la impunidad y el permanente reclamo de justicia

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